“VIAJE A LA PENÍNSULA DE HIELO: LOS SALVAJES
FIORDOS DE KENAI EN ALASKA”
Para viajar a Alaska hay que seguir la llamada de lo salvaje,
con o sin Jack London. En el sur, la península de Kenai es la tierra de los
indios tanaina, que surcaban en canoas de abedul los ríos plagados de salmones;
es la tierra de buscadores de oro codiciosos, de tramperos estilo El Renacido y
de exploradores como Guerásim Izmáilov, el primer navegante que en 1789 se
adentró en los fiordos y glaciares de la costa.
Pero ante todo esta es la tierra del oso grizzly y del oso
negro, del alce y el caribú, que se adueñan de los interminables bosques
vírgenes de coníferas mientras que de la costa lo hacen las ballenas jorobadas,
las orcas o los leones marinos de Steller.
En la península de Kenai, todo queda al servicio de su
naturaleza salvaje. No hay turistas, sino viajeros; no son vacaciones, es una
aventura. No todos están dispuestos a viajar a Alaska, pero nosotros sí.
Los mejores viajes por carretera en la última frontera
empiezan en Anchorage, la ciudad más poblada y epicentro de cualquier
expedición boreal, y la nuestra no podía ser menos.
Rumbo sur tomamos la Seward Highway para bordear el golfo de
Turnagain hasta Portage, primer pueblo de la península de Kenai.
Cuesta apartar la mirada de las cumbres nevadas y el litoral
escarpado a ambos lados del fiordo. Suena música country en la radio, hay
señales de peligro por el cruce de alces y el frío polar se siente cada vez
más. Esto es Alaska.
LA PENÍNSULA DE KENAI
La península se adentra 240 km en el Pacífico, aislada por la
ensenada de Cook al oeste y la bahía de Prince William al este. El Chugach
National Forest es un bosque lluvioso que envuelve buena parte de la región con
su tapiz de abeto y picea.
Perdidos entre los valles y montañas de Kenai, en la
inmensidad del follaje, junto a los ríos o al pie del glaciar encontramos los
pueblos portadores de la auténtica esencia de Akaska, de origen ruso, minero o
militar, como Hope, Whittier o Homer.
Cruzamos el lago Bear, donde los osos negros campan a sus
anchas y el paso de Moose, esperando sin éxito ver pasar algún alce, para
continuar por la carretera que atraviesa la península de norte a sur hasta
llegar a Seward, la puerta de entrada al Parque Nacional de los fiordos de
Kenai.
Esta localidad costera de 2.600 habitantes fue bautizada en
honor al Secretario de Estado norteamericano William H. Seward, que compró el
territorio de Alaska al zar Alejandro II en 1867 por 7,2 millones. Menudo
negociador estaba hecho.
Seward está situado al abrigo de la bahía de Resurrecióny
totalmente rodeado por montes como el Marathon, donde tiene lugar una de las
carreras de montaña más ilustres. Su puerto espera atento la llegada de
cruceros cargados de pasajeros en su travesía nórdica y de barcos de pesca
cargados de salmones y fletanes.
Muchos de los viajeros que no llegan por mar lo hacen por
carretera en autocaravana desde cualquier rincón de Estados Unidos. Una tras
otra se apilan en el área recreativa frente a la bahía, donde se hacen
barbacoas y alguna que otra fiesta improvisada.
Aunque para fiestas, las delbar Yukon, un antro, junto al
acuario, con mesas de billar, karaoke y billetes de un dólar pegados por todo
el techo. Aquí es obligatorio tomarte (al menos) una pinta de cerveza Alaskan,
cantar si se te manda y dejar los complejos fuera.
Seward también ofrece alternativas más tranquilas, aunque
menos auténticas, como el Resurrect Art Coffee House, el restaurante de ostras
The Cookery o el Gold Rush de cocina con toque americano. Pero no nos
distraigamos, que hemos venido a lo que hemos venido.
PARQUE NACIONAL DE LOS
FIORDOS DE KENAI
La cara oriental de la península está dominada por el Parque
Nacional de los Fiordos de Kenai, uno de los lugares más espectaculares de todo
Alaska.
En 1980 se creó esta área protegida de 2.435 km2 de bosques
vírgenes, islas selváticas y costas dinámicas hendidas por el avance de los
glaciares desde el interminable Harding Icefield.
El hielo y la nieve cubren más de la mitad de este entorno,
de promontorios rocosos, fiordos y apacibles bahías que son el hogar de una
fauna salvaje marina y terrestre cada vez menos tímida.
El Parque Nacional se divide en tres zonas: el glaciar Exit,
el Harding Icefield y los glaciares de marea que dibujan el litoral. Y, por
supuesto, no nos íbamos a ir sin explorarlas todas.
La ruta que conduce al glaciar Exit y al campo de hielo
Harding nos lleva 20 minutos por carretera desde Seward.
Aparcamos el coche en el centro de visitantes a los pies del
Exit y contemplamos esa gigantesca lengua de hielo que se abre paso en el valle
arrasando con todo lo que encuentra.
Los rangers que vigilan el parque nos explican que se tarda
unas seis horas en hacer el recorrido de ida y vuelta, que hay que ir abrigados
porque en la cima del glaciar hace mucho frío y que no nos asustemos si vemos
algún oso, ya que se suelen dejar ver bastante por aquí. Lo principal que hay
que recordar ante un encuentro inesperado: no correr y hacer ruido. El espray
antiosos, que es como uno antivioladores, pero para plantígrados, también suele
ser de gran ayuda.
En lo alto del glaciar nos espera el impresionante Harding
Icefield, una masa de hielo de 1.500 km2, vestigio de la última glaciación,
cuyo final escapa a nuestra vista.
Nos sentimos muy pequeños aquí arriba, ante tanta grandeza
natural. En Alaska suele ocurrir.
LA COSTA DE LOS
GLACIARES
Volvemos al puerto de Seward dispuestos a descubrir los
glaciares de la costa. Embarcamos con la compañía Kenai Fjords Tours (entre 100
y 150 €) que organiza cruceros por los fiordos de la bahía Aialik, la laguna
Northwestern, el estuario McCarthy, el brazo North o la isla Fox.
Una pareja de águilas calvas nos vigila desde un poste del
malecón mientras abandonamos el puerto. Difícil no sentirse americano en este
momento.
Navegamos por un laberinto de islas boscosas e icebergs donde
ballenas jorobadas y orcas alzan sus lomos sobre las frías aguas, dejando
pasmados a todos los tripulantes del barco. Los graciosos frailecillos anidan
en los precipicios rocosos mientras los leones marinos de Steller se disputan
el mejor sitio para descansar al sol.
Cada poco, el barco se detiene para contemplar el
sobrecogedor derrumbe de fragmentos de los glaciares de hielo azulado ante un
sonido de estruendo. La guía explica que esta situación se incrementa cada año,
debido al cambio climático.
LOWELL POINT
Al final de Seward, la carretera se convierte en una senda
que atraviesa el bosque costero hasta llegar al parque estatal de Lowell Point.
En este pequeño cabo impera la ley de Miller's Landing,
empresa de turismo activo pionera en la zona que organiza rutas en kayak por la
bahía de Resurrección, expediciones de pesca y excursiones de todo tipo desde
1950.
Cuenta con una estupenda zona de acampada a pie de playa
además de un pequeño embarcadero, donde los marineros trocean el pescado ante
la mirada de las gaviotas y las nutrias glotonas.
Navegar en solitario y en silencio por estas aguas heladas,
por su bahías tranquilas y playas desiertas a la espera del bufido de las
ballenas o la visita de las focas es uno de los mejores premios que te puedes
llevar si viajas a la península de Kenai.
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