jueves, 21 de junio de 2018


 “VIAJE A LA PENÍNSULA DE HIELO: LOS SALVAJES FIORDOS DE KENAI EN ALASKA”

Para viajar a Alaska hay que seguir la llamada de lo salvaje, con o sin Jack London. En el sur, la península de Kenai es la tierra de los indios tanaina, que surcaban en canoas de abedul los ríos plagados de salmones; es la tierra de buscadores de oro codiciosos, de tramperos estilo El Renacido y de exploradores como Guerásim Izmáilov, el primer navegante que en 1789 se adentró en los fiordos y glaciares de la costa.


Pero ante todo esta es la tierra del oso grizzly y del oso negro, del alce y el caribú, que se adueñan de los interminables bosques vírgenes de coníferas mientras que de la costa lo hacen las ballenas jorobadas, las orcas o los leones marinos de Steller.

En la península de Kenai, todo queda al servicio de su naturaleza salvaje. No hay turistas, sino viajeros; no son vacaciones, es una aventura. No todos están dispuestos a viajar a Alaska, pero nosotros sí.

Los mejores viajes por carretera en la última frontera empiezan en Anchorage, la ciudad más poblada y epicentro de cualquier expedición boreal, y la nuestra no podía ser menos.


Rumbo sur tomamos la Seward Highway para bordear el golfo de Turnagain hasta Portage, primer pueblo de la península de Kenai.

Cuesta apartar la mirada de las cumbres nevadas y el litoral escarpado a ambos lados del fiordo. Suena música country en la radio, hay señales de peligro por el cruce de alces y el frío polar se siente cada vez más. Esto es Alaska.

LA PENÍNSULA DE KENAI

La península se adentra 240 km en el Pacífico, aislada por la ensenada de Cook al oeste y la bahía de Prince William al este. El Chugach National Forest es un bosque lluvioso que envuelve buena parte de la región con su tapiz de abeto y picea.


Perdidos entre los valles y montañas de Kenai, en la inmensidad del follaje, junto a los ríos o al pie del glaciar encontramos los pueblos portadores de la auténtica esencia de Akaska, de origen ruso, minero o militar, como Hope, Whittier o Homer.

Cruzamos el lago Bear, donde los osos negros campan a sus anchas y el paso de Moose, esperando sin éxito ver pasar algún alce, para continuar por la carretera que atraviesa la península de norte a sur hasta llegar a Seward, la puerta de entrada al Parque Nacional de los fiordos de Kenai.

Esta localidad costera de 2.600 habitantes fue bautizada en honor al Secretario de Estado norteamericano William H. Seward, que compró el territorio de Alaska al zar Alejandro II en 1867 por 7,2 millones. Menudo negociador estaba hecho.


Seward está situado al abrigo de la bahía de Resurrecióny totalmente rodeado por montes como el Marathon, donde tiene lugar una de las carreras de montaña más ilustres. Su puerto espera atento la llegada de cruceros cargados de pasajeros en su travesía nórdica y de barcos de pesca cargados de salmones y fletanes.

Muchos de los viajeros que no llegan por mar lo hacen por carretera en autocaravana desde cualquier rincón de Estados Unidos. Una tras otra se apilan en el área recreativa frente a la bahía, donde se hacen barbacoas y alguna que otra fiesta improvisada.

Aunque para fiestas, las delbar Yukon, un antro, junto al acuario, con mesas de billar, karaoke y billetes de un dólar pegados por todo el techo. Aquí es obligatorio tomarte (al menos) una pinta de cerveza Alaskan, cantar si se te manda y dejar los complejos fuera.

Seward también ofrece alternativas más tranquilas, aunque menos auténticas, como el Resurrect Art Coffee House, el restaurante de ostras The Cookery o el Gold Rush de cocina con toque americano. Pero no nos distraigamos, que hemos venido a lo que hemos venido.


PARQUE NACIONAL DE LOS FIORDOS DE KENAI

La cara oriental de la península está dominada por el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, uno de los lugares más espectaculares de todo Alaska.

En 1980 se creó esta área protegida de 2.435 km2 de bosques vírgenes, islas selváticas y costas dinámicas hendidas por el avance de los glaciares desde el interminable Harding Icefield.

El hielo y la nieve cubren más de la mitad de este entorno, de promontorios rocosos, fiordos y apacibles bahías que son el hogar de una fauna salvaje marina y terrestre cada vez menos tímida.


El Parque Nacional se divide en tres zonas: el glaciar Exit, el Harding Icefield y los glaciares de marea que dibujan el litoral. Y, por supuesto, no nos íbamos a ir sin explorarlas todas.

La ruta que conduce al glaciar Exit y al campo de hielo Harding nos lleva 20 minutos por carretera desde Seward.

Aparcamos el coche en el centro de visitantes a los pies del Exit y contemplamos esa gigantesca lengua de hielo que se abre paso en el valle arrasando con todo lo que encuentra.

Los rangers que vigilan el parque nos explican que se tarda unas seis horas en hacer el recorrido de ida y vuelta, que hay que ir abrigados porque en la cima del glaciar hace mucho frío y que no nos asustemos si vemos algún oso, ya que se suelen dejar ver bastante por aquí. Lo principal que hay que recordar ante un encuentro inesperado: no correr y hacer ruido. El espray antiosos, que es como uno antivioladores, pero para plantígrados, también suele ser de gran ayuda.


En lo alto del glaciar nos espera el impresionante Harding Icefield, una masa de hielo de 1.500 km2, vestigio de la última glaciación, cuyo final escapa a nuestra vista.

Nos sentimos muy pequeños aquí arriba, ante tanta grandeza natural. En Alaska suele ocurrir.

LA COSTA DE LOS GLACIARES

Volvemos al puerto de Seward dispuestos a descubrir los glaciares de la costa. Embarcamos con la compañía Kenai Fjords Tours (entre 100 y 150 €) que organiza cruceros por los fiordos de la bahía Aialik, la laguna Northwestern, el estuario McCarthy, el brazo North o la isla Fox.

Una pareja de águilas calvas nos vigila desde un poste del malecón mientras abandonamos el puerto. Difícil no sentirse americano en este momento.


Navegamos por un laberinto de islas boscosas e icebergs donde ballenas jorobadas y orcas alzan sus lomos sobre las frías aguas, dejando pasmados a todos los tripulantes del barco. Los graciosos frailecillos anidan en los precipicios rocosos mientras los leones marinos de Steller se disputan el mejor sitio para descansar al sol.

Cada poco, el barco se detiene para contemplar el sobrecogedor derrumbe de fragmentos de los glaciares de hielo azulado ante un sonido de estruendo. La guía explica que esta situación se incrementa cada año, debido al cambio climático.

LOWELL POINT

Al final de Seward, la carretera se convierte en una senda que atraviesa el bosque costero hasta llegar al parque estatal de Lowell Point.


En este pequeño cabo impera la ley de Miller's Landing, empresa de turismo activo pionera en la zona que organiza rutas en kayak por la bahía de Resurrección, expediciones de pesca y excursiones de todo tipo desde 1950.

Cuenta con una estupenda zona de acampada a pie de playa además de un pequeño embarcadero, donde los marineros trocean el pescado ante la mirada de las gaviotas y las nutrias glotonas.

Navegar en solitario y en silencio por estas aguas heladas, por su bahías tranquilas y playas desiertas a la espera del bufido de las ballenas o la visita de las focas es uno de los mejores premios que te puedes llevar si viajas a la península de Kenai.

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