“LA CASA DE LA BOLA:
DESCUBRE (CASI) TODOS SUS SECRETOS”
Construida en 1604, adquirida por última ocasión en 1942 este
recinto representa un viaje por el tiempo, diferentes culturas y el encuentro
con uno de los hombres más importantes y enigmáticos de la cultura mexicana:
don Antonio Haghenbeck y de la Lama.
Los vecinos del barrio de Tacubaya adjudicaban a la Casa de
la Bola todo tipo de oscuras fantasías. Para los niños que año con año
poblábamos con gritos los recovecos del jardín aledaño conocido como Parque
Lira, durante los cursos de verano, esa casa representaba, en nuestra
imaginación, la típica mansión abandonada, cerrada a piedra y lodo, porque
suponíamos escondía un inescrutable secreto.
Fue hasta mediados de 1991 que el secreto fue revelado. El 27
de mayo de ese año las puertas se abrieron y se inauguró el Museo Casa de la
Bola, y se descubrió que ahí se escondía un relumbrante tesoro de antigüedades
dispuestas perfectamente en cada esquina, con la precisión de un relojero y la
pasión de un artista. “Cada rincón, cada salón, cada jardín, cada espacio está
organizado como lo dejó el último propietario, don Antonio Haghenbeck y de la
Lama. Y es muy curioso porque, al menos a mí, cada objeto me recuerda a él”,
rememora Lina Gutiérrez, empleada de esta casa desde 1989 y ahora encargada del
taller de restauración.
De ascendencia alemana Antonio Haghenbeck tomó clases de
pintura desde pequeño y desarrolló un gran sentido estético que, ya como
adulto, se expresó en una habilidad de coleccionista por lo que recorrió el
mundo a la caza de la belleza. A sus 46 años Haghenbeck ingresó a la Tercera
Orden Seglar Franciscana y a la Orden del Santo Sepulcro. Ayudaba especialmente
a las monjas que atendían niños desamparados y a hijos de leprosos. Donó
propiedades para fundar albergues como el de Acolman. Formó parte de la Liga
Defensora de Animales en la Ciudad de México y apoyó a Luz María Nardi para
erradicar la matanza cruel en los rastros.
María Nájera llegó a esta casa a los 14 años de edad. Su
madre hacía labores de limpieza y ahora es una de las custodias del acervo.
“Para mí ha sido un sueño vivir aquí. Convivíamos poco con don Antonio, me daba
mi domingo y yo creo que le caí bien porque ayudaba en las labores y cuidaba a
sus animalitos”, recuerda.
Este inmueble tiene dos niveles, en medio un jardín empedrado
y hacia el fondo otro jardín de estilo europeo con estatuas y leones, así como
una fuente con sirenas. Todos los objetos que se encuentran en sus 13 salones
son del siglo XIX. Los salones tienen nombres como Rosa, Azul, Verde y
Versalles con su estilo francés, recámaras denominadas Verano e Invierno… Hay
pinturas de Pelegrín Clavé, Josefa y Juliana Sanromán, Rosa Bonheur, del Padre
Carrasco y Francisco Tres Guerras y entre los objetos suntuarios se encuentran
candelabros, relojes, grabados, libros, jarrones, esculturas y lámparas, que
conservan el aire señorial de la mansión.
“Para nosotros es un honor continuar con la última voluntad
de don Antonio, sobre todo porque entrar a esta casa implica una experiencia
diferente a la de un museo. El espectador observa en cada detalle la presencia
del coleccionista”, señala Lourdes Monjes, actual directora de la Fundación
Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama I.A.P. que integra otras dos casas
museo de este mismo propietario: el Museo Hacienda de Santa Mónica en Tlalnepantla,
Estado de México y el Museo Hacienda San Cristóbal Polaxtla en Puebla.
Hoy la Casa de la Bola continúa siendo un lugar mágico,
exquisito y exclusivo. Pocas veces se abre el recinto salvo las visitas
organizadas. Pero quizá en breve podamos mostrarles la magia que antaño
recorrió sus salones. Permanezcan atentos.
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