“GASTRONOMÍA MEXICANA: UNA HISTORIA QUE SE CUENTA POR TRADICIONES”
Hablar de la gastronomía mexicana es hacer un viaje en el
tiempo para aprender acerca de los elementos culturales más importantes no solo
en la historia de América Latina, sino de todo el mundo. Con el reciente
nombramiento por parte de la UNESCO como Patrimonio Cultural Intangible de la
Humanidad, esta cocina en particular finalmente ha destacado en el mundo para
reclamar su lugar en nuestros tiempos modernos, pero lo ha logrado respetando
sus tradiciones y honrando sus más de 1,000 años de historia. Caminar por esta
misma historia que hace que cada platillo sea único y espectacular no solo en
términos de sabores y aromas, sino en espíritu e identidad. La cocina auténtica
de México no es lo que puedes encontrar en tu restaurante mexicano promedio.
Para hallarla, primero debemos entender de dónde viene y cómo ha cambiado y
creado hasta leyendas e historias que se cuentan de generación en generación.
Primero, debe quedarnos claro que México no fue una colonia,
sino un virreinato, lo que causo que la colisión de dos formas de entender la
comida fuera inmensa. Antes de la llegada de los españoles, la dieta de las
culturas prehispánicas se basaba ampliamente en platillos de maíz con chiles y
hierbas, usualmente complementados con frijoles, jitomates o nopales. También
incluían vainilla, tomatillos, aguacate, guayaba, papaya, sapote, mamey, piña,
jícama, calabaza, papa dulce, cacahuates, achiote, huitlacoche, pavo y
pescados. Para la segunda década del siglo XVI, la invasión española también
significó la llegada de unas grandes variedades de animales, como el ganado,
gallinas, cabras, ovejas y cerdos. Y no solo eso, pues también llegó el arroz,
el trigo, la avena, el aceite de oliva, el vino, almendras, perejil y muchas
especias que se fusionaron con la cultura y, eventualmente, se convirtieron en
parte de la cocina indígena.
Sin embargo, no debemos confundir esto como una fusión
completa, pues los españoles no alteraron la comida mexicana, sino que trajeron
ingredientes que sólo exponenciaron su potencial. La cocina mexicana que se
desarrolló a través de este intercambio es compleja y una de las razones por
las que es una de las más grandes cocinas de todo el mundo.
Los primeros registros de lo que los españoles encontraron en
su camino por México se conoce gracias a la detallada descripción que uno de
los hombres de Hernán Cortés hizo. Bernal Díaz del Castillo escribió en su
libro “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” su asombro con la
cantidad de ingredientes y tradiciones alrededor de cada comunidad indígena que
cruzaban en su recorrido. Díaz del Castillo habla sobre lo que el emperador
Moctezuma comía y cómo era presentado:
“Para la comida, sus cocineros
presentaban más de treinta platillos diferentes, tradicionalmente preparados y
los ponían sobre braseros de barro para mantenerlos calientes, y de lo que
Moctezuma comía hacían más de trescientos platos (…) usualmente le preparaban
gallinas, gallos, faisanes, codornices, patos (…) se sentaba en un cojín suave
y bajo y la mesa también era baja (…) ahí extendían un mantel de tela blanca
(…) y cuatro mujeres muy bellas y muy limpias le daban agua en xicales (…) y
ellas le daban toallas y otras mujeres le traían pan de tortilla.”
Díaz describe la alimentación tan rica que podía ser fácil
abandonar por ella hasta sacrificios rituales. También había cacao y en grandes
cantidades. Había pasteles, como Díaz los llamaba, hechos de maíz y “eran
traídos en platos cubiertos con servilletas limpias.” Describe los pasteles de
maíz como hechos con huevos y otros ingredientes.
Los primeros nativos de México no tenían hornos, en lugar de
ello calentaban la comida sobre fuego, usando sartenes de hierro y de cerámica.
Otro método utilizado era al vapor. Suspendían la carne envuelta en hojas de
cactus o de plátano sobre agua hirviendo en un pozo profundo y también
utilizaban la grasa para freír como un método muy popular.
Utilizaban el metate, una herramienta hecha con piedra
volcánica que se usaba como una piedra de moler o el molcajete, que era más
pequeño y que se utilizaba como el mortero para moler y machacar ingredientes
en un molcajete que podía ser de piedra, madera, cerámica o mármol.
Cuando la Nueva España fue establecida, la gastronomía se
reservó para los conventos en donde las comunidades indígenas ahora servían
como amas de llaves y personal de cuidado y fueron quienes, a través de las
tradiciones orales, mantuvieron vivas las recetas y las técnicas por más de un
siglo. Es importante entender que el primer libro de recetas del que se tiene
registro en el México virreinal fue escrito por Sor Juana Inés de la Cruz.
Durante años, el conocimiento se dividió en tres: los conventos que iban
adaptando las técnicas españolas y europeas a la vasta cantidad de ingredientes
de México. Aquí, los más importantes platillos dulces eran hechos y, hasta
ahora, la cocina de postres mexicana es una de las más importantes alrededor
del mundo; en segundo lugar, la cocina prehispánica sobrevivió hasta nuestros
días debido a las múltiples comunidades étnicas desde Baja California hasta
Chiapas, donde actualmente podemos disfrutar de platillos de la misma forma en
que han sido preparados por más de 3,000 años. La otra parte de nuestra
gastronomía se encontraba en las haciendas, donde la cocina multicultural tomó
forma gracias a la cosmopolita cantidad de trabajadores que llegaron a México
con sus técnicas y sabores, además de sus ingredientes, originarios de Asia y
África.
Como un libro de recetas de manera formal no se encontraba
disponible, fueron las mujeres de los conventos quienes juntaron las notas que
tenían como referencias, fue a través de las historias contadas generación tras
generación que los platillos y tradiciones hallaron trascendencia. Solo hasta
el siglo XVIII, las recetas utilizadas en los conventos fueron publicadas en
periódicos como una forma de llegar a las mujeres de cada casa del México
virreinal. Así fue como uno de los libros más importantes en la gastronomía
mexicana nación: “El Cocinero Mexicano” fue publicado a finales del siglo XIX
utilizando un estilo de diccionario en el que cada receta, ingrediente o
técnica usada podía ser hallada de manera inmediata. Este libro no se volvió a
publicar hasta la década de los 60 en el siglo XX cuando la hija del gran
muralista Diego Rivera reunió todas estas recetas de una impresión original y
lo llevó a las librerías de nuevo. Este libro en particular, considerado por
muchos como la Biblia de la cocina mexicana fue reimpreso de nuevo hasta
principios del siglo XXI y, a pesar de su importancia, sigue siendo uno de los
libros más difíciles de conseguir.
Sin embargo, la cocina Mexicana sufrió un verdadero abandono
por muchos años. En la década de 1970, se pensaba que la gastronomía nacional
no debía llegar a las grandes mesas, una idea aprendida, quizá, de la época de
principios de siglo cuando todo lo que tenía un mínimo de importancia o
prestigio era de origen francés, tanto en la comida como en las artes o la
arquitectura, una idea concebida e impulsada por el presidente Porfirio Díaz,
quien durante sus más de 30 años en el poder, concibió una nueva clase de
aristocracia y los llevó al poder tanto económico como social en México,
convencidos de que las maneras francesas y europeas eran lo mejor que había en
el planeta, dejando a un lado las tradiciones nacionales y los ingredientes.
Como consecuencia de este vacío de casi un siglo, muchos ingredientes
tradicionales de la cocina prehispánica comenzaron a desaparecer y a extinguirse
y, debido a esto, hoy en día hay un movimiento nuevo de cocineros y académicos
que tienen una sola misión: rescatar y restaurar la grandeza de nuestra cocina
para las nuevas generaciones. Gente como Alicia Gironella, Ricardo Muñoz
Zurita, Carmen Ramírez Degollado y muchos otros han estado trabajando
incansablemente por más de 20 años tratando –exitosamente en muchas ocasiones-
de crear nuevas maneras de apoyar y hacer sustentable la cadena de producción
de la gastronomía nacional. El trabajo de investigación exposición,
restauración y hasta redención de la cocina indigente finalmente está llegando
a buen puerto en la industria a nivel mundial. Es importante mencionar que el
nombramiento de la UNESCO llegó como resultado de un proyecto principalmente
basado en exacerbar no sólo la cocina mexicana contemporánea, sino
principalmente la prehispánica, mostrando lo que se sigue haciendo en estados
como Michoacán, Estado de México, Jalisco, Oaxaca y Chiapas.
La cocina mexicana es más que moles, salsas o tortillas. Es
algo lleno de sabores e ingredientes de una gran variedad que, incluso el chef
peruano Gastón Acurio se ha preguntado si hay otro lugar en el planeta en donde
la variedad de productos sea “tan asombrosamente vasta”. Debido a esto, no es
sorpresa como puede uno encontrar anécdotas como la que cuenta que la primera
receta de sushi extranjera aprobada por un maestro japonés fue una creada en
México a final de la década de los 70, o aquella en la que un cocinero regional
descubrió en las comunidades indígenas que las cocineras aún preparan sus
platillos de acuerdo al peso del ingrediente principal medido con el peso de
piedras de río que utilizan en un balancín para preparar un platillo que se
hace religiosamente sólo una vez al año en la ribera del lago de Pátzcuaro,
dentro de las comunidades creadas por Vasco de Quiroga en el siglo XVI.
Esto es lo que hace a la gastronomía mexicana una estrella en
el mundo. Las tradiciones son lo suficientemente fuertes para defenderse en el
vórtice de un mundo moderno que busca desesperadamente simplificar todos los
procesos. Y, justo así, con esta defensa a ultranza, los moles, panuchos,
corundas, mixiotes, tamales y otros platillos, observan desde la orilla del
camino esperando que esta velocidad detenga un poco su dinámica y se pregunte
de dónde viene ese aroma mágico y, atraída al mismo, tome un descanso para
sentarse a una mesa servida por más de 3,000 años lista para sorprender a
cualquiera con la suficiente curiosidad para entrar a un mundo de sabores del que
nunca querrán salir.
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